RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

31 dic 2012

El cerebro, un mal amigo en tiempos de crisis


Por ROSA M. TRISTÁN


NEUROCIENCIA
El cerebro, un mal amigo en tiempos de crisis


Hasta hace 10.000 años, el cerebro humano sólo tenía una misión: la supervivencia. En los dos millones de años anteriores, las neuronas se fueron conectando con el único fin de estar prevenido ante el peligro, mantener el estrés necesario para escapar si era preciso y recordar los malos tragos para no repetirlos.

Pero un día, asegurada la comida, ese ser humano quiso, además, ser feliz, una aspiración universal intangible que la neurociencia, investigando en los entresijos de las neuronas, intenta localizar entre neurotransmisores y circuitos de la compleja masa gris.

Uno de los últimos descubrimientos científicos ha sido que ese cerebro no está diseñado para ser feliz, es más, tiende siempre al pesimismo, algo que puede ser muy destructivo en tiempos de crisis. Para compensar, los científicos también han revelado que es muy plástico, que ese modelaje neuronal se aprende y que, si se practica, puede generar cambios prodigiosos que ayudan al bienestar mental e incluso podrán heredar los hijos.

El neurocientífico español Francisco Mora, en su último trabajo (¿Está el cerebro diseñado para la felicidad?, Alianza), apunta cómo en ese camino la búsqueda de la felicidad se dividió en dos rutas divergentes hace 2.500 años: la occidental, surgida con el benévolo influjo del Mediterráneo, se centró en buscar el bienestar afuera, transformando el mundo exterior en busca de mejoras materiales; y la oriental que, en un entorno hostil, huyó del dolor con un viaje al interior a través de la meditación. «La clave hoy es llegar a un encuentro entre esa reflexión interior que nos hace sentir mejor y la creatividad que permite cambiar el entorno», asegura Mora desde la Universidad de Iowa, donde trabaja este curso como profesor invitado.

Ambas actividades las defiende también la filósofa y divulgadora científica Elsa Punset en su libro Una mochila para el universo (Destino), donde define las 21 rutas que ayudan a gestionar mejor las complejas emociones humanas. «Con un cerebro antiguo, diseñado para otra época y que tiende a ver el mal, la ciencia ha descubierto que es importante hacer pequeños gestos, cambios que contrarresten esa tendencia; son los que he metido en esta mochila», señala Punset. Digna heredera de su padre, está convencida de que si el siglo XX se centró en la importancia del cuerpo, el XXI será el de aprender a modelar un cerebro que es como la plastilina. «Hoy sabemos que las emociones son como los virus, se contagian: por ello, debemos entrenarnos en ser felices, lo que nos hace también más creativos. Debemos probar nuevas alternativas en lugar de atrincherarnos en lo conocido que no funciona. Es algo que les recomendaría a muchos políticos, ser más creativos, porque potenciando lo negativo no encontraremos salida a la crisis». Lo malo es que esa red de 86.000 millones de neuronas, que pesa menos de kilo y medio, vive más del pasado y del futuro que del presente... Y es muy miedosa. «Si encima», añade Punset, «la ponemos en un entorno estresante se apaga su creatividad; y si se rodea de tristeza, se deprime».

De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMC) augura que en ocho años el 20% de la población mundial tendrá una enfermedad mental y que la depresión será una plaga. Esas cifras, aseguran los expertos, bajarían si el cerebro detectara que recupera el control sobre la propia vida. ¿Lo lograremos?

La americana Elaine Fox, del Centro de Ciencias del Cerebro de Essex, parece convencida de ello: «Nadie nace con genes de felicidad o de tristeza. El cerebro humano puede generar células nuevas, reconfigurar circuitos. Es más, lo que ocurre en nuestra vida cambia la forma de operar de esos genes y esos cambios incluso pueden pasar a la siguiente generación. En suma, pese al cerebro, podemos aprender a ser felices y eso es esperanzador».