RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

19 ene 2012

Larra: un indignado del siglo XIX

Larra: un indignado del siglo XIX


Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo, como ya se echará de ver en mis escritos; no tengo más defecto, o llámese sobre si se quiere que hablar mucho, las más veces sin que nadie me pregunte mi opinión; váyase porque otros tienen el no hablar nada, aunque se les pregunte la suya. el público


Con ese titular tan actual cerraba la ruta dedicada a don Mariano José de Larra, don Jesús Miranda de Larra, familiar directo del escritor que se suicidó a la edad de 27 años en una calle estrecha del centro de Madrid. Don Jesús nos habló de Mariano José como se habla de ese pariente conocido desde la niñez por los relatos que de él han hecho los abuelos o los tíos, con cariño y clarividencia, resaltando los rasgos más importantes de su carácter y de su biografía que le acercan a lo más actual de la situación política en nuestro país: la indignación.

Larra era un indignado, avant la lettre, al que despedimos, en compañía de la familia, en la Escuelas Pías de la UNED ubicadas en el corazón del Madrid más castizo, y que contempla la evolución de esta Universidad casi, casi cuarentona. Fígaro, uno de los más conocidos alias del escritor había nacido no muy lejos de allí en la calle de Segovia casi esquina con la pequeña Pretil de los Consejos.

Y allí empezó esta nueva aventura literaria que la UNED puso en marcha hace ya más de cuatro años y que en esta ocasión nos reunió en Madrid, y en una ruta de un solo día, para seguir los pasos de nuestro escritor romántico por antonomasia, y romántico en su sentido real, no el que el imaginario hollywoodense nos ha hecho concebir, un escritor lleno de dudas y contradicciones pero a la vez tristemente lúcido y apasionado. Larra, patriota y afrancesado ¿contradictorio? Puede que no. Tal vez solo un español que razonaba como contestó el poeta republicano Gil-Albert cuando le acusaron de afrancesado algunos años más tarde.

Hacía frío esa mañana del último sábado de noviembre debajo del viaducto madrileño, el lugar no era acogedor, la calle de Segovia se ha convertido en una pequeña autopista con demasiados coches y estrechas aceras que no admiten los grupos muy numerosos. Nos frotábamos las manos y dábamos besos a los ya muy queridos amigos de otras rutas y saludábamos a los nuevos amigos que empezaban con esta ruta su andadura literario-peripatética. Cuarenta personas nos reunimos allí, frente a la placa que da cuenta de que en ese lugar, en la antigua residencia de empleados de la Real Casa de Moneda, nació nuestro autor un 24 de marzo de 1809.

El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda, por esa razón, creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos; y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno.


Pilar Espín Templado, profesora titular de literatura española en la UNED y experta en la época y en el escritor, que nos acompañaría e ilustraría durante todo el recorrido, nos empezó a situar ante ese personaje que queríamos descubrir y si fuera posible, comprender, en el espacio de unas intensas horas. Su nacimiento en esa casa de los abuelos paternos en plena Guerra de la Independencia y sus primeros y, parce ser, únicos años de verdadera felicidad porque después fue “un niño sin niñez” comenta la profesora refiriéndose al niño que aprendió a leer con dos años y que a los 14 ya traducía del francés La Ilíada. El niño que es separado, por la peleas políticas de padre y abuelo, de ese primer y seguramente único hogar y comienza su periplo por ciudades e internados.

El instituto San Isidro, allí cerca y al que llegamos paseando por esas calles madrileñas que ya se empezaban a llenar de gente y las que los primeros rayos de sol querían desentumecer, en los que Larra cursó estudios de física y griego que posteriormente también fueron de matemáticas y estudios literarios, ya vamos entreviendo al escritor que quiere aunarlo todo, sin falsas barreras , el crítico de los esnob que solo aprecian lo extranjero, por serlo, y también con los que solo admiten lo castizo como el paradigma de la propio, contra ambos escribe la pluma cada vez más afilada de Larra.

¿Por qué extraña fatalidad ha de anhelar el hombre siempre lo que no tiene?(…) Yo, Fígaro, soy de ello una viva prueba: no bien me había tentado el enemigo malo, y sentí los primeros pujos de escritor público, cuando dieron en írseme los ojos tras cada periódico que veía, y era mi pío por mañana y noche:
—¿Cuándo seré redactor de periódico?

Y empezamos a saber de su periodismo moderno, de su relación con Mesonero Romanos, su defensa de la inteligencia frente a los valores aristocráticos, su postura ilustrada a favor de la educación del pueblo pero, eso sí, vistos con cierta distancia porque se muestra sorprendido por sus modales, su falta de higiene...

Gran persona debió de ser el primero que
llamó pecado mortal a la pereza;

En la iglesia de San Sebastián de la calle Atocha, a la que llegamos ya con las necesidades elementales de los cuerpos en estado de verdadera alerta por el frío pasado y por la premura del café, al que estas rutas nuestras nunca le dan la importancia que tiene, tres enormes placas daban cuenta de la cantidad de ilustres que por sus piedras han pasado, vivos o muertos, para ceremonias varias, bautismos, bodas y entierros, allí figura nuestro escritor junto al nombre de Pepita Wetoret la mujer con la que se casó a los 20 años (un año después conocería a su amante, la bella Dolores Armijo y dicen la excusa última de su suicidio) y que le sirvió de base para uno de sus más conocidos artículos “Casarse mal y pronto” que define bien lo que fue su experiencia matrimonial, no así la sentimental.

Por su desgracia acertó a gustar a una joven, personita muy bien educada también, la cual es verdad que no sabía gobernar una casa, pero se embaulaba en el cuerpo en sus ratos perdidos, que eran para ella todos los días, una novela sentimental, con la más desatinada afición que en el mundo jamás se ha visto; tocaba su poco de piano y cantaba su poco de aria de vez en cuando, porque tenía una bonita voz de contralto.




Café y baño o… cuña clamaba Carlos, un asiduo rutero, ante las contingencias físicas que ya se hacían imposibles de ocultar, hecha la preceptiva votación a mano alzada la mayoría aplaude la propuesta y muy cerquita del Ateneo paramos a recuperar fuerzas y empezar a conocernos porque la calle no era muy propicia a las confidencias. Compañeras habían llegado desde San Sebastián, Barcelona o Guadalajara.

El Ateneo científico y literario es un lugar muy singular, en él se han reunido, desde su creación en 1835, algunas de las mejores inteligencias de este país, igual para desmentir esa vieja creencia patria sobre nuestra dificultad para el pensamiento, y entre ellos una sola fémina, Emilia Pardo Bazán, parece, por los cuadros que de los presidentes dan cuenta en los pasillos. Y singular, como el espacio, alguno de sus habitantes, nosotros encontramos el nuestro. Ya saben los que siguen estas crónicas que no hay viaje que carezca del suyo. En este caso se trataba de Eduardo el encargado de la cosa musical del Ateneo-

Eduardo nos secuestró, literal, y nos contó la parte más iconoclasta de la historia de esa institución en la que él parece vivir, comenzó su exposición, como los grandes actores con una entrada potente: “la Guerra de la Independencia es una falacia histórica, es una construcción franquista hecha con elementos de película como Agustina de Aragón de Juan de Orduña. Las tropas que atravesaban nuestro país eran ejército español, el rey de España era francés porque los “otros” (léase Carlos IV y su hijo Fernando VII) habían abdicado en Bayona. Los que se levantaron contra los franceses fueron los caciques y la carcundia de este país…” Aquello sonaba muy bien pero, ya sabemos, las prisas nos impedían seguirle escuchando. Le llamaron al orden ya entrando en la sala de la Cacharrería, la de las tertulias y la magnífica biblioteca…

El magnífico y rehabilitado salón de actos del Ateneo nos esperaba.


¿Qué me importa a mí que Locke exprima
su exquisito ingenio para defender que no hay
ideas innatas, ni que sea la divisa de su escuela:
Nihil est intellectu quod prius non fuerit in
sensu? Nada. Locke pudiera muy bien ser un
visionario, y en ese caso ni sería el primero ni el
último. En efecto, no debía de andar Locke muy
derecho: ¡figúrese el lector que siempre ha sido
autor prohibido en nuestra patria!...

Durante todas nuestras paradas Pilar Espín nos fue leyendo textos muy apropiados a cada una de las facetas del escritor pero en el Ateneo, en el salón de actos su voz se tornó mucho más modulada y declamó con ritmo profesional, “es que he estudiado algo de arte dramático” confesó, algunos de los artículos más literarios de Larra. Creo que le aplaudimos, o por lo menos pensamos en hacerlo, se lo había ganado.

Las tertulias “de chorizos y polacos”, los teatros, callejón del Gato, el Parnasillo, Fígaro, o el Larra crítico teatral…

Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo un
buen hombre, un infeliz, un pobrecillo, como ya
se echará de ver en mis escritos; no tengo más
defecto, o llámese sobre si se quiere que hablar
mucho, las más veces sin que nadie me pregunte
mi opinión; váyase porque otros tienen el no
hablar nada, aunque se les pregunte la suya.
el público.

Hacia Santa Clara íbamos y ahora no para llevar huevos a ningún convento solo es el nombre de la calle en al que Larra se pegó ese tiro que todavía resuena en las letras españolas. Leemos a Mesonero Romanos dando cuenta de su incredulidad ante la muerte del amigo con el que había estado la mañana anterior y la lectura del texto de joven Zorrilla que le catapultó al parnaso.

Y a Larra hacia la cercana iglesia de Santiago que tuvo que recibir al muerto por su propia mano, la primera vez que sucedía en nuestro católico país y todo para no soliviantar a las masas allí reunidas.

Después del “responso” que celebramos en las escaleras de la iglesia, situada en la plaza del mismo nombre, y tras la foto del grupo tomada por nuestro excelente y rastafárico fotógrafo, seguimos buscando el solecillo que empezaba a calentar, hasta las puertas del hoy famoso y muy visitado mercado de San Miguel, el único mercado en hierro que ha llegado hasta nuestros día y cuya construcción finalizó en 1916. Hoy podría llegar a morir de éxito.

Al Museo del Romanticismo llegamos tras la comida celebrada allí cerca, en el centro mismo de la ciudad, pegaditos a la Plaza Mayor y después de haber explicado a los compañeros de fuera las especificidades de las cuevas y trabucos que, por la escalera del arco de Cuchilleros, asomaban. Afortunadamente nuestra comida, tipo mesa de bbb (bautizos, bodas y banquetes) estaba en el interior de una restaurante sin demasiada parafernalia “madrileñista”.


Ocho años cerrado estuvo el Museo del Romanticismo que hoy se levanta hermoso, tanto en su edificio, un palacio neoclásico de una calle tranquila de la ciudad, como en su interior, totalmente renovado y reescrito porque ahora el relato ha cambiado y no solo en su denominación, antes era el Museo romántico, sino en toda la concepción museística de sus fondos, su didáctica…

Antes de acercarnos a Larra y sus salas una espera perfectamente aprovechada en la exposición temporal, a la entrada del Museo, enmarcada dentro de la celebración del Año de Rusia en España "El Romanticismo ruso en época de Pushkin" que muestra las raíces del romanticismo ruso desde una perspectiva histórica. No son los fondos del Hermitage en el Prado, ciertamente, pero esa única sala recoleta, en la que tienes que acercarte mucho a las pequeñas obras que la llenan, recoge muy bien el espíritu del romanticismo que Larra representa en alto grado, un movimiento político, también cultural, que miró al mundo de otro modo y creó una nueva concepción de él.

Visita recomendada al pequeño jardín del Museo, cuatro bancos de madera alrededor de una fuente y mucho verde. Perfecto para descansar entre visitas a las habitaciones de la casa Museo.

Las Escuelas Pías de Lavapiés, en las que la UNED de Madrid tiene su sede, son un ejemplo de rehabilitación e integración de un edificio en la vida de sus vecinos. Una entrada engañosa permite el acceso a un amplísimo vestíbulo que descubre una escalera volada que asciende hasta los tejados del castizo barrio. En su primer piso la joya, la biblioteca situada en la antigua iglesia acoge, junto a cientos de volúmenes, una lámpara redonda de dimensiones vaticanas, que permite el estudio o el pensamiento a los cada vez más numerosos alumnos de esta Universidad.

Y allí, bajo la luz de esa enorme lámpara, Jesús Miranda puso punto y final al día dedicado a su famoso antepasado, recuperado no solo para la familia sino sobre todo para la historia literaria y cultural de este país porque Larra, “es un indignado del siglo XIX”. Todo un honor.

Dos botones de muestra sobre la vigencia de Larra :

- El Taller "Seis Lecturas sobre Larra" celebrado durante el pasado año a iniciativa del Museo del Romanticismo de Madrid y Hotel Kafka, cuya finalidad fue la de revisar la obra del escritor a través de diferentes ópticas: periodística, política, literaria, estilística, histórica y contemporánea. Seis lecturas que contaron con la presencia de los escritores Rafael Reig, Eloy Tizón, Javier Azpeitia y Juan Aparicio Belmonte; de la periodista Irene Lozano y el editor Manuel Fernández Cuesta. Larra leído hoy.

-La exposición del artista vallisoletano Julio Falagán “Vuelva usted mañana” Una pieza artística sobre el absurdo burocrático, en la Casa Encendida de Madrid y mediante la que se invita a “experimentar el absurdo burocrático en propia piel a todos los visitantes que se animen a circular por los espacios: llamada en espera, sala de espera, espere su turno, o la cola, todos situados en las diferentes plantas del edificio. Al final y si se completa el circuito (visado con su correspondiente sello) se puede recoger el diploma que acredita la hazaña de haber sobrevivido a la telaraña burocrática. No puede leer el nombre de Mariano José por ningún sitio pero… a nadie se le escapa el origen de la pieza.

Ver todas las imágenes de la Ruta de Larra>>

Un reportaje de María Peñuela

comunicacion@adm.uned.es