RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

19 abr 2011

Empoderamiento espiritual



Llewellyn Vaughan-Lee


Primero recibimos la luz, luego transmitimos la luz, así reparamos el mundo.

— DICHO CABALÍSTICO

Todos los seres humanos llevan dentro una luz que pertenece a Dios. Esta luz es nuestra más preciosa sustancia. Es nuestra esencia divina, nuestra verdadera naturaleza. Es también, en potencia, la fuerza más poderosa del universo, ya que contiene el poder de lo Divino, la Fuente todo lo que ha sido creado. En los Upanishads se describe así:

El poder ilimitado, fuente de todo poder, que se manifiesta como vida, que entra en todos los corazones, que vive allí entre los elementos, este es el Yo Superior.(1)

En siglos anteriores, el trabajo espiritual con esta luz se centraba en el viaje interior de regreso a Dios, la recuperación de nuestra naturaleza esencial, que es un estado de unidad. Pero el viaje tiene otra dimensión: el misterio de cómo nuestra luz personal funciona en el mundo. Al despertar a este misterio, y reivindicar nuestra relación y responsabilidades con el todo, reivindicamos nuestra madurez espiritual y respondemos a la necesidad espiritual real del momento.

El poder divino que reside en nuestro corazón y nos conecta a todos en una corriente interminable de vida y luz tiene un papel que desempeñar en el mundo, en la sanación de heridas pasadas y en la creación del futuro. Nuestros esfuerzos personales, esfuerzos nacidos de psiques fragmentadas y almas corruptas, no pueden ni reparar el daño hecho a la tierra o a la humanidad, ni imaginar lo que es posible verdaderamente. Será por medio del empoderamiento espiritual, reconociendo que nuestra luz personal forma parte de una luz mayor, por el que lo Divino desempeñará su papel en la co-creación de una nueva era.

Pero, ¿cómo despertar a este poder interno? ¿Cómo podemos permitir a la luz divina que se encuentra dentro de nosotros que trabaje por el bien del todo?

La misteriosa relación entre la luz de una persona y la luz del todo ha sido bien conocida en muchas tradiciones ancestrales. Del mismo modo que los chamanes han entendido que su trabajo es siempre por el bien del todo, así ocurre también con toda práctica espiritual real. Cuando los monjes y monjas cristianos rezaban en sus celdas, no rezaban simplemente por su propia salvación, sino por la salvación de la humanidad. El yogui en profunda meditación no estaba simplemente disolviendo su propio yo personal en el Yo Superior universal, sino trayendo esta luz universal y poder al mundo. Las lágrimas de los grandes Bodhisattvas son las lágrimas de toda la humanidad.

Sin embargo, esta conciencia profunda de cómo nuestra luz contribuye al todo ha sido en gran parte olvidada. En Occidente somos las víctimas y proveedores de censura espiritual, una censura tan honda y profunda que ni siquiera sabemos lo que nos ha sido negado. Cuando la Iglesia Católica dirigió su atención hacia el poder terrenal y negó el poder espiritual, nos privaron sistemáticamente de nuestra herencia espiritual. Los evangelios gnósticos se perdieron intencionadamente a la vez que se reprimió a los gnósticos. Cualquier otro iniciado que entendiera y tuviera acceso al poder espiritual, como los cátaros, fue reprimido implacablemente.

En los últimos años hemos empezado a tener acceso a enseñanzas espirituales reales. Se han redescubierto algunos de los evangelios gnósticos, y algunas enseñanzas como el Evangelio de Tomás han revelado las profundidades esotéricas del cristianismo. Occidente también se ha beneficiado de las enseñanzas budistas e hindúes traídas de Oriente. El sufismo también ha hecho su viaje a Occidente, con su profunda comprensión de los estados místicos. Sin embargo, es como si aún se nos negara parte de estas enseñanzas, como si permanecieran cerradas ciertas puertas que podrían haber sido abiertas. Por ejemplo, en el sufismo existen las enseñanzas de los Awliya, los Amigos de Dios, que cuidan del bienestar espiritual del planeta. En el judaísmo hay un cuerpo parecido de iniciados ocultos conocido como los Lamed-Vav Tzaddikim u Hombres Justos, 36 en número, que ayudan a impedir desastres. Sin embargo, muy a menudo consideramos a estos seres espirituales como mitos, sin reconocer o valorar su poder espiritual real, o el significado que tienen para cada uno de nosotros.

¿Cómo podemos reconectarnos con esta dimensión más amplia de sabiduría espiritual que pertenece no sólo al viaje interior del individuo, sino también a la evolución del todo? El budismo tibetano hace hincapié en el sendero Bodhisattva en el que se trabaja no por la propia iluminación, sino por la iluminación de otros. Las prácticas específicas comprenden el crear simbólicamente un mundo de armonía y perfección para todos, y asumir el sufrimiento de otros ofreciendo a cambio la propia felicidad de uno. Estas prácticas apuntan a una transformación más amplia. Pero, ¿reconocen los practicantes plenamente el potencial que tienen las prácticas espirituales de cambiar nuestro mundo? ¿Aceptan esta responsabilidad?

¿Cómo podemos reconocer el papel que cada uno de nosotros tiene que desempeñar? Primero necesitamos reconocer la realidad fundamental de que estamos conectados unos con otros, de que los obsequios espirituales son otorgados por el bien del todo. Algunas puertas solamente se abrirán con una actitud de servicio, una actitud muy menospreciada en la cultura contemporánea. La búsqueda occidental de individualismo, nuestro enfoque en el yo personal, ha reivindicado tesoros espirituales casi únicamente con el objetivo del desarrollo personal. Pensamos que el amor nos es dado solamente para ayudarnos a sentirnos mejor. Aspiramos a la paz para que nuestros problemas desaparezcan. Muy a menudo consideramos que un sendero espiritual es un camino de enriquecimiento de nuestro yo personal. Raramente vivimos la verdad primaria de que no se nos da para nosotros mismos, sino siempre para otros.

Cuando encarcelamos nuestras aspiraciones espirituales en el círculo cerrado de nuestro yo personal, negamos a nuestro yo y a nuestro mundo una luz y poder que necesitan desesperadamente. Nuestro mundo está muriendo no sólo por la explotación y la codicia, sino también por la negación de lo sagrado que nos une a todos, lo sagrado que da significado y sentido a cada vida, a cada momento. Hemos separado espíritu y materia, y así vivimos en un mundo hambriento de espíritu. Hasta que el espíritu pueda retornar, nada nuevo podrá nacer; continuaremos viviendo en un desierto materialista carente de alegría.

Mediante las prácticas espirituales, la luz puede volver al mundo; la luz divina que está dentro de nosotros puede empezar a sanar y transformar nuestro mundo maltrecho. Pero sólo si reconocemos la dimensión no personal de nuestras oraciones, nuestras meditaciones y devociones.

NUESTRO LUGAR EN EL TODO

Ha llegado el momento de preguntarnos cómo podemos dar el paso hacia la madurez espiritual. ¿Cómo podemos remodelar nuestra conciencia espiritual para centrarla menos en nosotros mismos y más en la evolución del todo? ¿Cómo podemos usar nuestra luz para volver a la sencilla conciencia de unidad que puede sanar nuestro mundo fragmentado y a nosotros mismos?

Aquellos que ven a todas las criaturas en sí mismos,

y a sí mismos en todas las criaturas, no conocen el miedo.

Aquellos que ven a todas las criaturas en sí mismos,

y a sí mismos en todas las criaturas, no conocen el dolor.

¿Cómo puede la multiplicidad de la vida

engañar al que ve su unidad?(2)

Para poder reivindicar esta visión de unidad no se trata de abandonar nuestro trabajo personal, que será siempre necesario. La purificación y el trabajo interior, lo que los sufíes llaman "abrillantar el espejo del corazón", nos da un acceso mayor a nuestra propia luz. La liberamos de las distorsiones de nuestra naturaleza inferior y de los velos del ego, de manera que pueda resplandecer más intensamente, y que se convierta cada vez más en parte de nuestra conciencia. Esta es la luz que nos guía a Casa, la que nos lleva desde el mundo de la dualidad a la unidad que está dentro y alrededor de nosotros. Por medio de esta luz hacemos el viaje de la separación a la unión; reconectamos conscientemente con nuestra naturaleza divina.

Tradicionalmente, sólo cuando los buscadores alcanzaban el estado de unión, unio mystica, se les mostraba cómo la luz personal conecta con la luz del todo. Se llegaba a esta conciencia tras muchos años de prácticas, cuando uno despertaba dándose cuenta de que el atman personal es el atman universal. En esta percepción todo está conectado, no hay otro y no hay yo personal.

Sin embargo, ahora es necesario que situemos esta conciencia al principio de nuestro viaje, que el individuo reconecte con el todo cuando damos nuestros primeros pasos en el sendero. Esto es posible ahora de una manera que no era posible antes; de hecho, es una necesidad. Las necesidades del todo no pueden ser ignoradas, o nuestro planeta corre el riesgo de que se desencadene una destrucción generalizada. El padecimiento y la degradación humanas y ecológicas son demasiado inminentes como para ser pasadas por alto.

El mundo está pidiendo unidad, unión, y necesita la luz de todos nosotros. Es un compromiso que cada uno de nosotros tiene que hacer a su manera, y que no se puede forzar. Pero podemos hacernos conscientes del potencial real de nuestras prácticas: que podemos empoderarnos a nosotros mismos y al mundo. Entonces podremos recuperar lo que nos ha sido negado y devolver al mundo un conocimiento del poder espiritual. Nuestro mundo no va a ser nunca sanado por políticos o empresas. Pero puede ser transformado por lo Divino que está en cada uno de nosotros y en la creación.

CONFIAR EN LA LUZ

Nos podríamos preguntar dónde están los textos sagrados que nos dicen cómo hacerlo. Existen muchos textos espirituales que hablan acerca de las maravillas del viaje interior y las etapas de este sendero. En Tibet, que era uno de los últimos lugares donde había una comprensión real del poder espiritual, había algunos textos que explicaban este trabajo de más magnitud, pero se han quemado, perdido o no se han traducido. En Occidente tenemos algunas indicios en el modo como la alquimia habla acerca de la luz escondida en la materia, el misterio de la unidad divina: "Tal como es arriba, es abajo", y la relación entre el microcosmos y macrocosmos. Pero no hay una descripción de cómo trabajar con esta conciencia en nuestro mundo contemporáneo.

Hay pocas respuestas, quizá porque las preguntas y las posibilidades son muy nuevas. ¿Cómo sería el mundo si admitiéramos nuestra interconexión, si sintiéramos las necesidades de otros como propias, si atendiéramos a una necesidad mayor con la misma fuerza con la que solemos cuidar de nosotros mismos, si realmente respetáramos lo sagrado del planeta, reconociendo que todos somos parte de un organismo espiritual vivo?

Parte de toda aventura es dar un paso a lo desconocido, y abrirnos a lo ilimitado de lo que es posible. Esa falta de conocimiento es parte del viaje, parte de nuestro regreso a la Fuente, y es, en sí, un proceso de empoderamiento. El sendero nos llevará siempre, interna o externamente, a un lugar que nos llamará a confiar, a entregarnos y a darnos a nosotros mismos completamente, y mediante esta disposición a avanzar hacia lo desconocido, descubrimos cuánto se nos ayuda y se nos sostiene, y cuánto poder verdaderamente está a nuestra disposición.

Es hora de confiar en la luz misma, confiar en la luz que está dentro y alrededor de nosotros, confiar en que lo Divino nos despierte y nos enseñe; de la misma forma que reconocemos en nuestro propio viaje el poder de la sincronicidad, de las conexiones hechas por una mano invisible, de las enseñanzas y la sabiduría que se nos dan por medio de sueños e intuiciones.

El primer paso es siempre decir "sí". Existe un dicho sufí que dice: "Es el consentimiento lo que atrae la gracia". Si podemos decir "sí" a nuestra propia luz y reconocer que forma parte de la vida entera, saldremos de la prisión de nuestro yo personal al mundo que nos necesita, que necesita nuestra luz. Entonces empezaremos a vivir en presencia de lo Divino, una Divinidad que no está coartada por nuestros esquemas y planes, nuestras imágenes de dualidad.

OFRECER NUESTRAS PRÁCTICAS

En nuestra práctica espiritual podemos ofrecernos a nosotros mismos para este objetivo más amplio reconociendo la verdad fundamental de que cada postración, cada mantra, cada respiración que repite el nombre de Dios es el mundo en oración, es el mundo que recuerda, que se reconecta con su naturaleza divina. Necesitamos darnos cuenta de que nuestra luz es la luz del mundo, y cuando trabajamos con nuestra luz por medio de nuestras prácticas, estamos trayendo esta luz al mundo.

Nuestra luz sigue a la conciencia. Recordando que nuestra práctica es siempre para el todo, nuestra luz fluirá al todo. El simple reconocimiento de que nuestra luz espiritual forma parte del mundo representa un regreso de la conciencia divina al mundo. Y cuando la conciencia divina vuelva a despertar en el mundo, todo será posible.

Podremos empezar a redescubrir el potencial secreto del poder espiritual, el poder que amenazaba a la Iglesia y originó que la Inquisición persiguiera a los cátaros. Nos daremos cuenta de que existe un poder mucho mayor que el poder terrenal, y de que es un poder que está alrededor de nosotros y dentro de nosotros. Es el poder de nuestra luz divina, una luz que pertenece directamente a Dios, que es la Fuente y el Creador de todo. Como este poder pertenece al Creador, no está limitado por las leyes aparentes de este mundo, por las limitaciones del poder terrenal; se le conoce como milagroso. Y sin embargo es algo tan simple como la acción directa de lo Divino. Si trabajamos con la luz de nuestra naturaleza divina, estamos trabajando con la luz de lo Divino en el mundo.

Cuando afirmamos conscientemente que nuestra luz forma parte de la luz del mundo, damos un paso hacia la unidad, y es la unidad lo que el mundo necesita. La conciencia de la unidad es una fuerza poderosa y sanadora. La conciencia personal que sabe y afirma que es parte del todo es un empoderamiento verdadero, porque se deja de estar aislado con la imagen de un yo personal separado. No hay nada que reste más poder que estar aislado, alienado, separado. Saber que somos uno nos reconecta con la vida entera en cada minuto, y en esta reconexión tanto empoderamos como somos empoderados. En nuestra luz espiritual está la luz del todo, y nuestra luz está además al servicio del todo.

La unidad es como el cielo azul claro—

todo surge, se desarrolla y decae

dentro de su amor, cuya compasión lo abarca todo.

La unidad es nuestro Yo Superior real.

Todo es un aspecto de la unidad.

Y nuestra búsqueda para comprender esto viene de la unidad.(3)

Es hora de que la humanidad recupere el conocimiento de cómo lo Divino trabaja en la creación. Es hora de que nosotros demos un paso hacia el ser adultos espiritualmente, y comprendamos el verdadero significado del co-creacionismo, nuestra luz divina que trabaja con la luz divina que se encuentra dentro de la creación. Depende de nosotros. Si no damos este paso, una puerta se quedará cerrada, y el alma del mundo conocerá la desesperación de una oportunidad perdida. Si respondemos a la llamada de los tiempos, desempeñaremos nuestro papel en el milagro de la vida que vuelve a nacer.

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Notas de la versión original en inglés

(1) Katha Upanishad, Book II (The Ten Principle Upanishads, trans. Shree Purohit Swami and W.B. Yeats), p. 34.
(2) Isha Upanishad.
(3) Abhinavagupta on the teachings of Non-dual Kashmir Shaivism.